Sanar es Dejar de Pelear: La Aceptación como Camino de Transformación
Exploramos desde la psicoterapia integrativa qué significa realmente sanar. ¿Y si la sanación no consistiera en cambiar lo que fue, sino en dejar de luchar contra lo que es? Este artículo aborda cómo la aceptación de la realidad, por dolorosa que sea, es una puerta clave al bienestar emocional.
Marina Garay
5/27/20255 min read


Sanar es Dejar de Pelear: La Aceptación como Camino de Transformación
“Sanar significa dejar de pelearte contra la realidad que se te impone.”
Esta frase, tan sencilla y al mismo tiempo tan incómoda, nos enfrenta a una de las verdades más profundas del proceso terapéutico: que muchas veces no sufrimos solo por lo que nos pasa, sino por la resistencia que ponemos ante ello.
En esta entrada queremos abordar, desde la psicoterapia integrativa, qué significa realmente sanar, cómo opera la resistencia frente a lo que no podemos cambiar, y por qué aceptar la realidad no es rendirse, sino el inicio de una nueva forma de estar en el mundo.
¿Qué entendemos por “sanar”?
Sanar no es olvidar, ni negar, ni hacer que todo duela menos. Sanar no siempre es resolver. Sanar, muchas veces, es aceptar profundamente que algo fue como fue, que algo es como es… y dejar de invertir nuestra energía en luchar contra eso.
Sanar es cuando dejamos de pedirle a la vida que sea distinta para poder estar bien. Es el momento en que, con dolor y todo, decidimos hacer las paces con lo que no tuvo sentido, con lo que fue injusto, con lo que dolió más de lo que pudimos sostener. No porque nos resignemos, sino porque elegimos dejar de vivir anclados al conflicto con lo que no depende de nosotros.
La pelea con la realidad: ¿de dónde viene?
Desde que somos pequeños, cuando algo nos duele, intentamos cambiarlo. Lloramos para que nos atiendan, gritamos cuando algo nos frustra, evitamos lo que nos angustia. Aprendemos a sobrevivir intentando modificar el entorno. Y en muchos casos, esa estrategia funciona.
Pero hay cosas que no podemos cambiar: una pérdida, una infancia difícil, una ruptura, un diagnóstico, un abandono, una traición. Y entonces, en lugar de vivir el duelo, nos instalamos en una forma de pelea interna: “esto no debería haber pasado”, “no tendría que ser así”, “esto no es justo”, “yo no merecía esto”. Y aunque estas frases pueden ser comprensibles, nos dejan atrapados en el sufrimiento.
Diferencia entre dolor y sufrimiento
Uno de los principios que abordamos desde la psicoterapia integrativa es distinguir entre dolor y sufrimiento. El dolor es inevitable. Es parte de la vida. Perdemos personas, proyectos, ilusiones. Nos hieren, nos fallan, fallamos. El dolor es una señal emocional de que algo importa.
El sufrimiento, en cambio, suele nacer de la resistencia al dolor. Es ese extra que añadimos cuando nos decimos que no deberíamos estar sintiéndonos así. Cuando negamos, evitamos, o luchamos contra lo que simplemente es.
Por eso, la aceptación no es un acto de rendición, sino una forma de liberarnos del sufrimiento innecesario.
¿Qué implica aceptar?
Aceptar no es aprobar, ni justificar, ni renunciar a nuestros valores. Aceptar no significa decir que estuvo bien lo que estuvo mal. Aceptar significa dejar de negar lo que ya ha sucedido o lo que está ocurriendo, y comenzar a vivir desde ahí, no desde el “si tan solo...”.
Aceptar es poder mirar una herida de frente y decir: “esto pasó, me dolió, no lo elijo… pero tampoco voy a seguir viviendo como si pudiera cambiarlo con mi rabia o mi negación”.
Implica una reconexión con el presente, aunque ese presente esté teñido de cicatrices.
Los mecanismos de lucha
Cuando no aceptamos una realidad dolorosa, solemos entrar en patrones que, a la larga, nos desconectan más de nosotros mismos. Algunos de estos mecanismos son:
Negación: “No pasó”, “no me afectó”, “yo estoy bien”. Es una defensa útil a corto plazo, pero agotadora si se cronifica.
Racionalización: Usar la lógica como escudo emocional. “Seguro que tenía sus razones”, “esto me hizo más fuerte”. Aunque haya algo de verdad, muchas veces tapa el duelo real.
Idealización del pasado o el futuro: “Antes era feliz”, “cuando esto pase, voy a estar bien”. Se pospone el bienestar a una realidad que no existe.
Control excesivo: Intentar manejar todo para que el dolor no se repita. Genera ansiedad, rigidez y mucho miedo al cambio.
Victimismo crónico: “Esto me pasó, y ahora nada tiene sentido”. Se queda uno atrapado en la identidad de quien fue dañado, sin posibilidad de construir algo nuevo.
La aceptación radical
Desde enfoques como la terapia dialéctica conductual (DBT), se trabaja el concepto de aceptación radical: aceptar la realidad tal como es, sin minimizarla ni exagerarla, sin adornarla ni suavizarla.
Es mirar la vida sin filtros, por doloroso que sea. No para quedarnos ahí, sino para poder actuar desde ese lugar con claridad. Porque no se puede transformar lo que no se acepta primero.
Desde la psicoterapia integrativa, este concepto se enriquece al incluir también el cuerpo, la emoción y la historia personal. No se trata solo de un cambio mental, sino de un acto integrador.
¿Y si lo que pasó fue muy injusto?
Una de las grandes resistencias a la aceptación es la idea de injusticia. Y es válida. Hay realidades que no deberían haber ocurrido. Infancias rotas, traumas, abusos, abandonos. No se trata de decir que eso estuvo bien.
Se trata de poder honrar el dolor sin quedarnos congelados en él. De entender que, aunque no lo elegimos, podemos elegir cómo seguir viviendo a partir de ahí.
Aceptar es también un acto de soberanía: dejo de poner mi vida emocional al servicio de algo que no puedo cambiar.
Sanar como movimiento, no como destino
Muchas personas buscan en terapia “cerrar heridas” o “dejar de sentir”. Pero en realidad, sanar no es llegar a un punto donde nada duela, sino aprender a vivir con lo que duele sin que eso nos gobierne.
La sanación es movimiento: es volver a estar en relación con la vida, con el presente, con nosotros mismos, desde un lugar más libre. Desde un lugar donde ya no hay una lucha constante contra lo que fue, sino una presencia reconciliada.
Lo que cambia cuando dejamos de pelear
Cuando soltamos la resistencia, algo se afloja por dentro. No es inmediato ni mágico, pero es real. Algunas señales de que estamos sanando pueden ser:
Menos reactividad emocional: ya no vivimos en alerta o desde la rabia constante.
Más presencia: podemos estar en el aquí y ahora sin necesidad de huir.
Capacidad de tomar decisiones: no reaccionamos por impulso o desde el trauma.
Más compasión hacia uno mismo: entendemos que hicimos lo que pudimos con lo que teníamos.
Mayor contacto con el cuerpo y la emoción real: dejamos de anestesiarnos.
Redefinición del sentido personal: la historia ya no nos define, sino que nos acompaña.
El papel de la terapia integrativa
Desde la psicoterapia integrativa, acompañamos estos procesos de aceptación desde distintas dimensiones: emocional, corporal, relacional, narrativa y espiritual si la persona lo desea. Integramos enfoques como el trabajo con trauma, la regulación del sistema nervioso, el enfoque centrado en el cuerpo, la terapia del apego, el trabajo de partes internas, y muchas más herramientas.
La sanación no se impone. No se enseña. Se acompaña. Y en ese acompañamiento, la persona va encontrando sus propios recursos para dejar de pelear y empezar a habitar su vida.
Algunas prácticas que pueden ayudar
1. Mindfulness o atención plena: para observar lo que ocurre sin juicio.
2. Trabajo con la respiración: permite soltar tensiones físicas asociadas al control y al miedo.
3. Registro emocional: aprender a poner nombre a lo que sentimos, sin cambiarlo.
4. Escritura terapéutica: narrar lo vivido desde un lugar seguro ayuda a resignificar.
5. Focusing o escucha corporal: conectar con lo que el cuerpo sabe y quiere decir.
6. Constelaciones familiares o trabajo transgeneracional: para soltar cargas que no nos corresponden.
7. Movimiento consciente: como vía para desbloquear emociones congeladas por la lucha interna.
Cierre: la paz no está en lo que pasó, sino en cómo te relacionas con ello
Sanar es dejar de pelearte con lo que no puedes cambiar. Es poder mirar al pasado sin que te arrastre, y mirar al presente sin necesitar que sea perfecto.
Es un acto de humildad. De compasión. De madurez emocional.
Y, sobre todo, es una elección diaria: la de no vivir enfrentado a la vida, sino en relación con ella. Incluso cuando no es como quisiéramos. Porque ahí, en esa aceptación radical, comienza la verdadera libertad.
