Lo que calma a unos, no calma a otros: el arte de personalizar la regulación emocional frente a la ansiedad
En este artículo exploramos por qué no todas las técnicas de regulación emocional funcionan igual para todas las personas que sufren ansiedad. Desde una mirada integrativa, abordamos las diferencias individuales en historia personal, neurodivergencia, estilo de apego y temperamento que hacen necesaria una intervención personalizada. Descubre claves prácticas y reflexivas para elegir lo que realmente funciona para ti o para tus pacientes.
Marina Garay
5/22/20255 min read


La ansiedad no tiene un único remedio
Vivimos en una era en la que abundan los consejos para reducir la ansiedad: “respira profundo”, “haz yoga”, “sal a caminar”, “medita”, “agradece”. Y aunque estas técnicas pueden ser efectivas para muchas personas, lo cierto es que hay quienes las prueban todas… sin notar mejoras significativas. Esto puede generar frustración, culpa y la sensación de estar “haciendo algo mal”.
Desde una mirada integrativa de la psicología, entendemos que la regulación emocional es un proceso complejo, profundamente influido por la historia de vida, el contexto, el sistema nervioso y el estilo de apego de cada persona. En este artículo profundizaremos en por qué no hay técnicas universales y cómo encontrar (o acompañar a encontrar) las que realmente sirven para cada individuo.
1. No todos partimos del mismo lugar
La forma en la que una persona vive y regula su ansiedad está condicionada por múltiples factores: su biografía, su entorno, su neurobiología y su aprendizaje emocional. Esto significa que dos personas pueden tener el mismo síntoma (taquicardia, pensamientos catastróficos, evitación) y requerir intervenciones muy distintas.
Una persona que creció en un entorno sobreprotector puede reaccionar a la ansiedad buscando control, mientras que otra con un historial de negligencia puede desconectarse de su cuerpo. Esto afecta directamente la eficacia de ciertas estrategias. Por ejemplo, técnicas corporales pueden ser muy útiles para la primera persona, pero generar ansiedad o desconexión en la segunda.
2. La trampa de la “receta universal”
La psicología popular y las redes sociales han simplificado en exceso la gestión emocional. Frases como “medita 10 minutos al día y tu ansiedad desaparecerá” pueden parecer esperanzadoras, pero también invalidan las diferencias reales entre personas.
Las recetas universales pueden llevar a que alguien piense que es “incapaz” de calmarse, cuando en realidad la técnica que está utilizando simplemente no es adecuada para su sistema nervioso o momento vital. No es que la persona falle, es que el recurso no es el adecuado.
3. El sistema nervioso tiene su propio lenguaje
Desde la teoría polivagal (Porges, 2011), entendemos que el sistema nervioso responde de forma diferente a los estímulos según su estado predominante: activación (lucha/huida), congelación (colapso), o conexión (estado ventral). Por eso, no podemos aplicar las mismas estrategias a alguien con hiperactivación que a alguien en disociación.
Por ejemplo, una persona muy activada puede beneficiarse de técnicas de descarga física (caminar rápido, golpear un cojín, respirar activamente), mientras que una persona disociada puede necesitar contacto visual seguro, voz cálida, o simplemente silencio y presencia para empezar a “volver al cuerpo”.
4. Estilos de apego y regulación emocional
El apego, esa huella emocional que se forma en los primeros vínculos, también influye profundamente en cómo regulamos nuestras emociones. Por ejemplo:
Personas con apego ansioso tienden a sobre-identificarse con su malestar, necesitan contención externa y pueden experimentar ansiedad ante la idea de “autoregularse”.
Personas con apego evitativo pueden desconfiar de los métodos emocionales o corporales, y sentirse incómodas con la vulnerabilidad que implican ciertas técnicas.
Las personas con apego desorganizado pueden alternar entre ambas respuestas, y requerir una regulación muy gradual y relacional.
La clave es que cada técnica debe ser introducida con sensibilidad, y en muchos casos co-regulada al principio (con ayuda de un terapeuta o una figura de seguridad).
5. Temperamento y neurodivergencia: más allá del molde neurotípico
El temperamento también influye: hay personas más sensibles al entorno, más introvertidas o más expansivas. Lo que relaja a una persona con un perfil sensorial bajo (como una meditación guiada) puede sobreestimular a una persona altamente sensible o neurodivergente.
En casos de TDAH, autismo, o trastornos del procesamiento sensorial, muchas técnicas clásicas pueden no funcionar o incluso generar más disociación. La intervención debe adaptarse a su forma de procesar el mundo, integrando elementos como el ritmo, el movimiento, la estimulación visual o táctil, o el uso de objetos concretos.
6. Escucha interna vs. desconexión corporal
Una de las técnicas más recomendadas para la ansiedad es el “escaneo corporal” o mindfulness corporal. Sin embargo, muchas personas con trauma o ansiedad crónica viven desconectadas de su cuerpo, o incluso sienten miedo al contactar con sus sensaciones físicas.
En estos casos, pedirles que “sientan su cuerpo” puede activar aún más el malestar. La regulación debe empezar desde lo posible: a veces simplemente notar los pies en el suelo, sostener algo con textura, o describir verbalmente una parte del cuerpo es el primer paso. A esto se le llama “aproximación segura y dosificada”.
7. Tiempos emocionales: lo que hoy calma, mañana puede no servir
La regulación emocional también cambia con el tiempo. Una técnica puede ser efectiva durante una etapa y volverse insuficiente o contraproducente en otra. Esto requiere una relación flexible con las estrategias, sin apegarnos rígidamente a ninguna.
Un ejemplo habitual: personas que inician con respiraciones o afirmaciones positivas, y en fases más avanzadas del proceso terapéutico, descubren que lo que más les regula es el llanto, el contacto emocional, o incluso escribir desde la rabia.
8. Regular no es siempre calmar: otras formas de estar con la ansiedad
No todas las estrategias de regulación buscan calmar de inmediato. A veces regular es sostener. Permitirse estar con la emoción sin intentar eliminarla. Esto no es fácil ni intuitivo, pero puede ser profundamente transformador.
Regular también puede ser:
Nombrar lo que sentimos.
Acompañar a alguien sin juicio.
Dibujar la ansiedad en un papel.
Gritar en el coche.
Poner música que exprese lo que no podemos decir.
Regular es encontrar una forma segura de estar con uno mismo, más que apagar lo que sentimos.
9. Autoconocimiento y ensayo: una brújula personalizada
El camino hacia una regulación efectiva implica exploración. No hay atajos. Es necesario:
Observar cómo responde nuestro cuerpo y mente a cada técnica.
Ser pacientes con lo que no nos sirve.
Registrar (en un diario, una nota, un audio) qué nos ayuda y en qué momentos.
Adaptar estrategias según el nivel de activación, el contexto y nuestras necesidades relacionales.
No hay técnica “fallida”. Solo aprendizajes sobre lo que necesitamos afinar.
10. Cómo acompañar desde la psicología integrativa
Si eres terapeuta, es crucial:
Validar la frustración del paciente cuando algo “no le sirve”.
Escuchar el lenguaje corporal antes de imponer técnicas.
Explorar las sensaciones de seguridad/inseguridad que emergen con cada recurso.
Ser creativos y flexibles: a veces una técnica nace en el propio vínculo terapéutico.
En definitiva, regular no es aplicar una técnica: es construir una relación de confianza con uno mismo y con los demás.
Conclusión: La regulación emocional es un arte personalizado
En la gestión de la ansiedad, no hay fórmulas mágicas. Y eso, lejos de ser un obstáculo, puede ser una oportunidad para reconectar con nuestra singularidad. Entender que no hay una única manera de calmarse, que lo que sirve a unos puede no servir a otros, y que está bien así, es en sí mismo un acto de regulación emocional.
Desde la psicología integrativa, invitamos a mirar la ansiedad no como un enemigo a erradicar, sino como una señal del cuerpo que necesita un lenguaje propio. Y ese lenguaje no se aprende en recetas, sino en el contacto profundo con uno mismo.
