La trampa de la sociedad del rendimiento: el coste emocional de tener que ser siempre productivo

En esta entrada exploramos cómo la sociedad actual, centrada en la productividad y el éxito constante, impacta la salud mental. Analizamos cómo el mandato del rendimiento puede derivar en síntomas depresivos y disociativos, afectando la identidad, el vínculo con el cuerpo y la capacidad de disfrutar la vida. Ofrecemos una mirada desde la psicología integrativa para entender y abordar este fenómeno contemporáneo.

Marina Garay

6/19/20255 min read

La trampa de la sociedad del rendimiento: el coste emocional de tener que ser siempre productivo

Vivimos en una sociedad que mide el valor de las personas por lo que hacen, no por lo que son. Bajo el lema silencioso de “si no produces, no vales”, millones de personas se esfuerzan a diario por alcanzar estándares inalcanzables de éxito, perfección, eficiencia y logro constante. En este contexto, descansar se percibe como pereza, el error como fracaso personal, y las emociones como obstáculos a eliminar. La consecuencia de este paradigma es una profunda desconexión de uno mismo, con síntomas que oscilan entre el agotamiento emocional, la apatía, la pérdida del sentido vital y, en muchos casos, la disociación o la sintomatología depresiva.

Este fenómeno ha sido nombrado por diferentes autores como la sociedad del rendimiento, un modelo cultural que reemplazó al paradigma disciplinario del “deber” por el imperativo del “poder”: “tú puedes con todo, solo depende de ti”. Este mensaje, que en apariencia es liberador y empoderador, es en realidad una forma sutil de autoexplotación. En esta entrada, queremos explorar en profundidad cómo opera este modelo, sus efectos psicológicos y emocionales, y cómo podemos acompañar desde la psicología integrativa a las personas que han quedado atrapadas en sus redes.

1. ¿Qué es la sociedad del rendimiento? Una mirada crítica

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su libro La sociedad del cansancio, describe cómo hemos pasado de una sociedad disciplinaria —regida por el “no puedes” y estructuras autoritarias externas— a una donde el imperativo es interno: “tienes que poder”. Ya no hay un opresor externo que obliga: ahora es el propio sujeto quien se explota en nombre de la libertad, del desarrollo personal y del éxito.

En este marco:

El tiempo libre se convierte en tiempo productivo.

El ocio se mercantiliza: debe ser útil, medible, compartible.

El cuerpo se convierte en un proyecto a optimizar.

La vida emocional se reprime en función de los objetivos.

Esta autoexplotación es más sutil que la explotación externa, porque está revestida de deseo: “yo quiero ser más productivo”, “yo quiero superarme”. Pero en el fondo, lo que aparece es una disociación entre el yo verdadero (con sus ritmos, deseos y límites) y un yo ideal que siempre exige más, sin descanso.

2. Efectos psicológicos del mandato de rendimiento

Cuando una persona vive bajo esta lógica, su mundo interno se ve afectado de múltiples formas. La sintomatología no siempre se presenta de forma clara, sino a través de una progresiva desconexión de las propias necesidades, emociones y corporalidad. Entre los efectos más frecuentes observados en consulta están:

a) Síntomas depresivos encubiertos

Anhedonia: pérdida del placer por actividades que antes se disfrutaban. El paciente puede no sentirse triste, pero describe una vida “gris”, sin matices.

Culpa constante: especialmente asociada al descanso o a la baja productividad. El descanso no se vive como autocuidado, sino como “falla”.

Autoexigencia paralizante: querer hacerlo todo perfecto impide empezar, lo que se traduce en parálisis, bloqueos o procrastinación.

Sensación de vacío o desconexión vital: “todo lo que hago parece no tener sentido”, “siento que vivo en automático”.

Desvalorización crónica: el rendimiento se convierte en el único termómetro de valía personal.

b) Disociación emocional y corporal

Desconexión del cuerpo: el cuerpo se vive como un medio de producción, no como una fuente de sabiduría o placer. El hambre, el cansancio o el dolor son ignorados hasta que “molestan”.

Dificultades para identificar emociones: muchas personas dicen no saber qué sienten, o tener la sensación de estar “numb” (entumecidas).

Vida en piloto automático: hacen lo que se espera de ellas, pero sin presencia real. Suelen decir frases como “estoy sobreviviendo” o “siento que me veo desde fuera”.

Fuga hacia el pensamiento racional o hiperproductivo: refugiarse en el hacer continuo como forma de evitar el contacto con el malestar emocional.

3. ¿Por qué esto es un problema clínico? La pérdida del yo auténtico

Desde la psicología integrativa entendemos que uno de los mayores daños que produce este modelo es la pérdida del contacto con el yo auténtico. Las personas no solo se sienten tristes o estresadas: sienten que ya no saben quiénes son si no están produciendo o siendo útiles.

Este tipo de funcionamiento también puede derivar en:

Síndromes de burnout en contextos laborales, académicos o incluso de “cuidado” (por ejemplo, madres autoexigentes que se olvidan de sí mismas).

Identidades narcisistas frágiles, donde la autoestima depende exclusivamente de los logros o del reconocimiento externo.

Inestabilidad emocional y ansiosa ante cualquier mínimo error o crítica, por la fusión entre ser y hacer.

Somatizaciones, problemas de sueño, trastornos alimentarios o conductas adictivas como vía de descarga o anestesia.

4. Cómo lo abordamos desde una psicología integrativa

La psicología integrativa busca entender a la persona en su complejidad: cuerpo, mente, emoción, vínculo y entorno. No se trata de “quitar síntomas”, sino de restablecer la conexión con uno mismo, recuperar un sentido vital y aprender a vivir desde un lugar más compasivo y auténtico.

Algunas claves terapéuticas:

1. Nombrar el sistema

Muchas personas creen que su malestar es personal (“soy débil”, “no sé organizarme”) cuando en realidad están agotadas por un sistema que las lleva al límite. Nombrar la sociedad del rendimiento permite externalizar parte del malestar y comprender que no todo es un fallo individual.

2. Validar el cuerpo como fuente de sabiduría

Trabajar el reencuentro con el cuerpo desde técnicas de respiración, conciencia somática, relajación o movimiento libre. El cuerpo no es un enemigo ni un recurso que se agota: es una brújula.

3. Acompañar el duelo de la imagen idealizada

Cuando una persona suelta la autoexigencia, aparece el vacío. Muchas veces, se resiste porque teme enfrentarse al dolor, a la herida de insuficiencia o al miedo a no ser amado si no “brilla”. La terapia puede acompañar este duelo, ayudando a reconstruir una identidad más amable.

4. Conectar con lo que da sentido

Recuperar el contacto con el deseo, con lo genuino, con aquello que nos mueve más allá del “deber ser”. Para ello, se puede trabajar con técnicas como la silla vacía, la línea de vida o la exploración de valores personales.

5. Desmontar el guion de vida impuesto

Muchas personas repiten sin saberlo un mandato familiar o social: “tienes que ser el mejor”, “si no haces, no existes”. La terapia integrativa busca resignificar estos mensajes y ofrecer nuevas narrativas más flexibles.

5. El rol de la cultura: ¿se puede vivir fuera del sistema?

No podemos ignorar que estas lógicas están fuertemente instauradas en el tejido social: escuelas, empresas, redes sociales, incluso relaciones afectivas. Por eso, no se trata de salirse del sistema, sino de habitarlo con conciencia.

Algunas reflexiones para el día a día:

¿Qué haces solo porque “deberías”?

¿Qué parte de tu agenda está dedicada a lo que realmente deseas?

¿Cuánto tiempo dedicas a no hacer nada, sin culpa?

¿Qué pasaría si no fueras “el/la mejor” en lo que haces?

¿Qué imagen estás intentando sostener?

6. Conclusión: hacia una cultura del cuidado y la presencia

Es urgente construir una cultura del cuidado, donde el valor no esté supeditado al rendimiento. Donde las personas puedan descansar sin culpa, equivocarse sin romperse, y sentir sin tener que justificarse.

La psicología integrativa tiene el desafío de ofrecer espacios seguros para reconstruir la relación con uno mismo, con el cuerpo, con el otro y con el tiempo. Porque no se trata de rendir más, sino de vivir mejor, desde una autenticidad que no esté supeditada al logro, sino enraizada en el ser.