Cuando lo que duele intenta protegernos: Las raíces protectoras de nuestras partes destructivas

Una exploración profunda sobre cómo incluso los comportamientos más autodestructivos tienen su origen en intentos de protección emocional y supervivencia psíquica, desde la mirada del apego y el trauma.

Marina Garay

5/8/20255 min read

Introducción: El poder oculto tras nuestras sombras

¿Y si te dijera que incluso las partes más destructivas de ti mismo, esas que parecen sabotear tus relaciones, tu autoestima o tus logros, nacieron de una intención protectora? Desde la perspectiva del trauma y la teoría del apego, esta idea no solo tiene sentido, sino que puede convertirse en una de las claves más transformadoras para comprendernos con compasión y comenzar a sanar.

En este artículo, exploraremos cómo nuestras respuestas más dañinas y desadaptativas no surgieron del deseo de hacernos daño, sino como estrategias de supervivencia ante contextos emocionales inseguros. Hablaremos del origen de estas partes, cómo actúan hoy en nuestra vida adulta, y cómo podemos comenzar a establecer un diálogo interno más sano con ellas.

1. El marco del apego y el trauma

La teoría del apego, desarrollada por John Bowlby, postula que los seres humanos nacemos con la necesidad innata de establecer vínculos afectivos seguros. Cuando estos vínculos no se forman adecuadamente o se ven marcados por negligencia, abuso o inestabilidad emocional, se produce una ruptura que deja huellas profundas en el desarrollo emocional.

El trauma, por su parte, no siempre implica un evento catastrófico. A veces, el trauma es sutil: la falta de validación emocional, la ausencia de un cuidador disponible, o crecer en un ambiente en el que no se podía ser uno mismo sin consecuencias. Desde esta perspectiva, muchas conductas problemáticas en la adultez tienen sus raíces en adaptaciones que hicimos para sobrevivir emocionalmente en esos entornos inseguros.

2. El nacimiento de nuestras partes destructivas

Cuando somos niños, dependemos completamente de nuestros cuidadores para la supervivencia física y emocional. Si el entorno es inseguro o impredecible, el sistema nervioso aprende a adaptarse mediante mecanismos de defensa. Estas adaptaciones, aunque eficaces en su momento, se convierten más adelante en patrones automáticos que pueden resultar autodestructivos.

Algunos ejemplos:

  • La desconexión emocional: Personas que parecen frías o distantes pueden haber aprendido a suprimir sus emociones para no sufrir en un entorno donde no eran vistas ni aceptadas.

  • La agresividad o el control: Detrás de la necesidad de controlar o dominar, muchas veces hay un miedo profundo a la vulnerabilidad o al abandono.

  • La autocrítica severa: Puede haber sido un mecanismo para evitar el rechazo externo, asumiendo el rol del “verdugo interno” como una forma de mantener el control y evitar sorpresas dolorosas.

  • La complacencia extrema: En algunos casos, volverse “demasiado bueno” o complaciente fue la forma de obtener amor o evitar castigos, aunque hoy implique una pérdida de identidad.

Estas respuestas, en su momento, fueron funcionales. Eran nuestra forma infantil de decir: “si hago esto, tal vez me quieran”, o “si actúo así, quizás no me hagan daño”.

3. El cuerpo como testigo y guardián del trauma

Peter Levine, creador de Somatic Experiencing, ha mostrado cómo el trauma no solo se almacena en la mente, sino también en el cuerpo. Las respuestas fisiológicas de lucha, huida o congelación quedan impresas en nuestro sistema nervioso. Nuestras partes destructivas no solo son patrones de pensamiento; también son respuestas somáticas profundamente arraigadas.

Por ejemplo, alguien que tiende a la evitación puede experimentar tensiones físicas crónicas, o dificultades para respirar profundamente. Alguien que responde con ira puede tener una activación constante del sistema simpático, preparándose para el peligro incluso en situaciones seguras.

Reconocer que el cuerpo también está intentando protegernos es clave para una sanación completa. No es solo cuestión de “pensar diferente”, sino de ofrecer al cuerpo nuevas experiencias de seguridad.

4. ¿Por qué seguimos repitiendo estos patrones?

Si estas conductas ya no nos sirven, ¿por qué seguimos repitiéndolas?

La respuesta está en el cerebro emocional. Las partes de nuestro sistema nervioso que codifican estas respuestas funcionan de forma rápida, automática y muchas veces inconsciente. Son como “guardianes del castillo”, que prefieren activar una vieja alarma antes que arriesgarse a una nueva herida.

Además, estas partes destructivas suelen estar ligadas a nuestro sentido de identidad. Por ejemplo, alguien que se autodefine como “fuerte e independiente” puede haber construido esa identidad en torno a la idea de que “no necesito a nadie”, cuando en realidad, su necesidad de afecto fue profundamente traicionada.

Renunciar a estos patrones implica, en parte, “morir simbólicamente” a quien creímos que teníamos que ser para sobrevivir. Es un proceso doloroso, pero necesario para sanar.

5. El enfoque terapéutico: del rechazo a la integración

En lugar de tratar de eliminar estas partes de nosotros mismos, muchos enfoques terapéuticos actuales abogan por integrarlas. Modelos como el IFS (Internal Family Systems), propuesto por Richard Schwartz, invitan a entender que dentro de cada persona habitan múltiples “partes” internas, cada una con su propia historia, intención y función.

Desde esta mirada, incluso las partes más destructivas (como la voz crítica o el sabotaje) cumplen una función protectora. No son “el enemigo”, sino partes exiliadas o extremas que necesitan ser escuchadas y comprendidas.

El trabajo terapéutico no consiste en silenciarlas, sino en conocerlas, dialogar con ellas y ofrecerles nuevas formas de seguridad.

6. El poder de la compasión hacia uno mismo

Una vez que entendemos que estas partes nacieron para protegernos, se abre la posibilidad de una mirada más amable hacia nuestra historia. La autocompasión no es justificarse, sino comprendernos desde el contexto que nos formó.

Kristin Neff, pionera en el estudio de la autocompasión, señala que esta actitud hacia uno mismo tiene efectos muy positivos en la salud mental, el bienestar emocional y la capacidad de resiliencia. Practicar la compasión implica decirnos: “Hice lo que pude con lo que tenía en ese momento. Y ahora puedo elegir diferente.”

Esta compasión también puede extenderse a los demás. Comprender que muchos de los comportamientos dañinos de otros también son intentos torpes de protegerse puede ayudarnos a dejar de tomar las cosas como algo personal y establecer límites más saludables sin caer en la dureza.

7. Caminos hacia la sanación

Sanar no es deshacerse de nuestras partes destructivas, sino transformarlas. Algunos pasos importantes en ese camino son:

  • Terapia con enfoque en trauma o apego: Buscar acompañamiento profesional que contemple estas dinámicas puede marcar una gran diferencia.

  • Trabajo corporal: Yoga, respiración consciente, danza, o terapias somáticas ayudan a que el cuerpo experimente seguridad de nuevas maneras.

  • Escritura terapéutica: Darle voz a nuestras partes internas mediante diarios o cartas puede ayudarnos a entender qué necesitan.

  • Espacios seguros: Relaciones en las que podamos mostrarnos sin máscaras son esenciales para reconfigurar nuestras creencias sobre el amor y la aceptación.

  • Paciencia y persistencia: Estos patrones se formaron a lo largo de años. Requieren tiempo, amor y constancia para transformarse.

Conclusión: Convertir nuestras heridas en sabiduría

Mirar nuestras partes destructivas con nuevos ojos es un acto de valentía. Implica dejar de vernos como “defectuosos” y comenzar a entendernos como seres profundamente adaptativos, que hicieron lo que pudieron para sobrevivir. Desde la perspectiva del apego y el trauma, lo que parece disfuncional es, en realidad, una lógica de protección que cumplió su función… hasta que dejó de hacerlo.

El proceso de sanación es una invitación a agradecerles a estas partes su labor, y luego guiarlas hacia un lugar más seguro, donde ya no tengan que actuar con tanta dureza. Porque cuando transformamos lo que duele en conocimiento, lo que protege en sabiduría, y lo que destruye en compasión, nos acercamos cada vez más a nuestra versión más auténtica.